sábado, 16 de abril de 2011

Allí donde el sujeto escucha haberse metido donde no debía, escucha otra vez que se le demanda haberse metido de menos, sin suficiente voluntad, sin suficiente decisión. Valeria cada vez se mete más, cada vez le va peor. No tendrá la humildad de darse cuenta de que algunos clientes ya no se interesarán en ella sin esas piernas; más adelante no se le ocurre la posibilidad de que haya futuro más allá de sus piernas.

Si Susana da indicios de que “eso no va a andar”, Daniel propone una salida maníaca para todo duelo, y todo avatar se minimiza. Su modo de separarse es consecuencia de esa posición y esa teoría.


Son esos sujetos que proponen negar el trabajo de duelo, que todo está bien, que ya va a pasar y que la vida sigue. Un discurso desalentador para el sujeto sufriente, demagógico, que funciona persecutoriamente para quien lo escucha porque además del dolor que se siente, ese dolor no es escuchado. Porque al sujeto se lo acusa de querer hablar de aquello que le hace mal y hasta es acusado de masoquista si insiste. Salvando las distancias, es el discurso que hizo silenciar a quienes venían de los campos de concentración. Se les subrayaba y repetía que era mejor no hablar de eso, que había que olvidarse y que ya iba a pasar. Luego se les atribuyó no querer hablar de eso.

Allí donde se dice que alguien traumatizado no quiere hablar, se puede afirmar que muy probablemente alguien que no ha estado ahí no haya querido escuchar.

En ámbitos socio-culturales de lo más diversos el refrán popular “quien vuela alto hace más ruido al caer”, se presenta amenazante y condena darwinianamente a aquellos que siguen las enseñanzas de Rocky Balboa. El Ideal del Yo se “superyoiquiza” y exige mayores implicancias, exige poder, acusa de cobardía en los momentos en que el sujeto encuentra sus límites.
La pretensión de los personajes de ir más allá, genera que ya no sólo sean amores perros, sino vidas perras: no tendrán resto para poder pagar los precios ni capacidad para sostener las exigencias.